Luego de los acontecimientos del 11 de marzo de 2011, cuando un terremoto y tsunami llevaron al colapso tres de los seis reactores nucleares en la planta de Fukushima Dai-ichi, en Japón, se podría pensar que la energía nuclear y el agua de mar no combinan. Sin embargo, eso no es cierto. Las centrales nucleares en el océano, flotando en la superficie, ancladas debajo de ella o fijas en los fondos marinos, son alternativas técnicas muy interesantes.
Por Leonam dos Santos Guimarães
DIRECTOR PRESIDENTE / DIRECTOR TÉCNICO
ELECTROBRAS / ELETRONUCLEAR
Puede parecer una idea descabellada, pero no lo es. Las plantas nucleoeléctricas terrestres son estructuras adaptadas al lugar donde se instalan, construidas por técnicas de la ingeniería civil que difieren unas de otras y cuyos equipos de expertos entran y salen de acuerdo con la fase del proyecto. Las plantas marítimas, por el contrario, podrían ser producidas en serie empleando las mismas líneas de montaje, o al menos las mismas técnicas de construcción naval de los astilleros, con equipos permanentes.
Esto convertiría a las centrales marinas en proyectos más económicos que los de tierra. La electricidad de una planta marítima podría costar, como mínimo, un tercio menos que la producida en una central terrestre equivalente. Además, estas tecnologías permiten una mayor seguridad. Un reactor anclado en el fondo del mar nunca tendría falta de enfriamiento de emergencia, problema que causó el colapso de Fukushima. Tampoco podría sufrir el riesgo de que grupos terroristas lancen una aeronave contra su estructura, y además sería a prueba de tsunamis. Estos últimos se convierten en olas grandes y destructivas cuando llegan a aguas poco profundas, pero en el océano abierto son meras ondulaciones. De hecho, si la planta fuera anclada con la suficiente profundidad (unos 100 metros), el reactor submarino no podría ser afectado por tormentas pasajeras. Todas estas razones hacen de las centrales nucleares marítimas una opción que vale la pena investigar.
Naval Group, empresa de equipamiento naval francés, se encuentra proyectando una serie de reactores que permanecerán fijos en el fondo del mar en lugar de moverse en un barco. El plan apunta a envolver un reactor y un turbo-generador eléctrico en un cilindro de acero con la misma longitud que un campo de fútbol y con un peso cercano a las 12.000 toneladas.
Se prevé que el sistema, llamado Flexblue, sea anclado en el lecho del mar entre unos 5 y 15 km de la costa, lo suficientemente lejos para garantizar la seguridad en caso de emergencia, pero lo suficientemente cerca para ser reparado fácilmente. La electricidad generada (hasta 250 megavatios, suficiente para 1 millón de personas) sería transmitida a tierra por un cable submarino. Para reabastecimiento y mantenimiento, el cilindro sería llevado a la superficie con aire inyectado en sus tanques de lastre. Y, cuando una estación llegase al final de su vida útil, podría ser remolcada a una estructura especializada para ser desmontada con seguridad.
Naval Group aún no ha atraído a ningún cliente para sus proyectos. Pero si nos referimos a los reactores marinos anclados en la superficie, y no por debajo de ella, vale mencionar que Rusia ha concretado el primero a nivel global: la primera central nuclear flotante, Akademik Lomonosov, ya fue construida y lanzada recientemente para remolcarse a Murmansk. Allí será cargada con combustible. Posteriormente se trasladará a Pevek, un puerto en el Extremo Oriente de Rusia, donde comenzará a generar energía en 2019.
El Akademik Lomonosov está equipado con dos reactores de 35 MW montados en una barcaza. Los reactores son versiones modificadas de aquellas utilizadas en los rompehielos de la clase Taymyr. Están diseñados para ser capaces de operar en las tormentas del Océano Ártico, y para aumentar su seguridad, la barcaza que los transporta será anclada a unos 200 metros de la costa, detrás de un rompeolas resistente a tormentas y tsunamis.
En total, el Akademik Lomonosov costó unos 480 millones de dólares para ser construido e instalado, mucho menos de lo que se gastaría construyendo una central nuclear equivalente en tierra en un ambiente tan remoto y hostil. Los planes para una segunda planta similar se están proyectando.
Rusia no está sola en la planificación de reactores flotantes. China tiene ambiciones similares, aunque los destinos de los dispositivos son más controvertidos que los de Rusia. Específicamente, el gobierno chino pretende, durante la década de 2020, construir hasta 20 centrales nucleares flotantes, con reactores de 200MW para suministrar energía a islas artificiales que se están construyendo como parte de su plan para imponer la reivindicación del país a gran parte del sur de China.
Las empresas involucradas en este proyecto pretenden testear algunos de sus reactores a prueba de tsunamis, al igual que los franceses, colocándolos en aguas suficientemente profundas para la formación de enormes olas de tsunamis. Sin embargo, como están en la superficie, eso no los protegerá de las tempestades, y ubicarlos lejos de la costa significa que la idea de construir rompeolas de protección tampoco funcionará. Los tifones en el Mar de la China Meridional pueden elevar las olas a una amplitud superior a los 20 metros.
Para resistir a estas tempestades, las barcazas tendrán anclas en «torres de amarre» giratorias. Esto hará que una barcaza se comporte como un “cataviento”, siempre apuntando hacia el viento. Como esa es la dirección de la cual las olas provienen, la barcaza permanecerá alineada a aquellas olas, brindándole la mejor oportunidad para escapar de cualquier tempestad. Los cascos de las barcazas también serán construidos con una altura considerable para cortar las olas. De esta forma, serán capaces de sobrevivir a una «tormenta de 10.000 años».
El Mar de la China Meridional también es un área transitada por el transporte marítimo. Por lo tanto, cualquier planta nuclear flotante necesitará soportar un impacto directo de una embarcación de carga pesada viajando a una velocidad de, aproximadamente 20 nudos, sea esa colisión accidental o resultado de una acción hostil.
No todos están satisfechos con la idea de la energía nuclear naval. Greenpeace argumenta que las centrales marinas podrían ser invadidas por piratas o terroristas, ser golpeadas por un iceberg o escapar de las reglas de seguridad, las cuales –afirman- son difíciles de aplicar en el mar. Las han bautizado «Titanic nuclear» y «Chernobyl de los mares».
Es más probable que el futuro de las centrales nucleares marítimas dependa del futuro de la energía nuclear en sí misma que de las acciones de grupos anti-nucleares como Greenpeace. Si los que están realmente preocupados por las consecuencias del cambio climático derivado de la quema de combustibles fósiles analizan bien la situación tendrán que advertir que el uranio tiene un papel importante que desempeñar en la generación de electricidad en las próximas décadas. Una gran cantidad de nuevas centrales nucleares serán entonces necesarias, y si esto ocurre, colocar estas plantas en el mar puede ser una buena idea.
