Reproducimos el informe del Ing. Miguel Ángel Carrillo, publicado en la serie HOJITAS DE CONOCIMIENTO que edita el Instituto de Energía y Desarrollo Sustentable (IEDS) de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), a quienes agradecemos la gentileza por compartirlo.
Una revolución global
A fines de 2019, un murciélago ingerido en oriente desencadenó el efecto mariposa más grande que se pueda recordar. El mundo entero se paralizó. Todas las aulas, cualquiera fuese su nivel educativo, quedaron desiertas abruptamente. Millones de docentes, al borde de un ataque de nervios, se reinventaron para que sus alumnos no pararan de aprender.
Los maestros viajaban kilómetros para llevar a sus alumnos, aislados por la naturaleza, cuadernillos con la tarea. Otros, para alcanzarlos, echaban mano a medios de comunicación masiva (radio, TV). Los más afortunados, que no eran pocos, se valían de celulares y de Internet.
Cualquier esfuerzo e inventiva eran válidos para mantener viva la educación remota de emergencia. No era, exactamente, educación virtual, pero se le parecía mucho. Sorpresivamente y en pocos días, las tecnologías digitales inundaron las descentralizadas instituciones educativas. Lo que a unos pocos «locos de la virtualidad» les costó años de lucha sin demasiado éxito, la pandemia de COVID-19 lo impuso a la fuerza.
Docentes totalmente escépticos o temerosos de los medios tecnológicos, se tuvieron que arremangar para aprender a sumergirse en las marañas de chats y foros. La videoconferencia se convirtió en la herramienta universal de educación y de comunicación global, arrasando fronteras.
El mayor desafío
Pero claro, faltaba algo que parecía irremplazable, el aprendizaje experimental. Muy pocos imaginaban que existiera la posibilidad de adquirir competencias de laboratorio “sin estar ahí”, sin siquiera tocar el equipamiento tradicional. Aquí también la creatividad se negó a rendirse y comprobó, una vez más, que “la necesidad es la madre de la inventiva”.
La inaccesibilidad a los laboratorios hizo brotar ideas que se fueron materializando. Algunos docentes diseñaban experiencias sencillas que los alumnos podían realizar en sus casas, con insumos fácilmente asequibles. Otros aprovechaban las posibilidades experimentales de los celulares actuales y sus diversos sensores.
Hasta se desarrollaron “kits” de laboratorio económicos, que cabían en pequeñas cajas y podían ser prestados como libros de una biblioteca. Algunos docentes lograron conectar su instrumental a Internet, para que los alumnos lo pudiesen manejar desde sus hogares.
Entre muchos otros ejemplos en diversas áreas experimentales, la Universidad Nacional de Tucumán logró llevar la experimentación plena, en un área tan crítica como la Nuclear, a cada alumno, donde fuera que estuviese y a costo cero.
Los conocidos softwares Power Point y Geogebra fueron empleados novedosamente para implementar instrumentos virtuales de medición [Ver recuadro]. Tras días de trabajo y pruebas, se recrearon los instrumentos y las fuentes radiactivas reales del laboratorio, mediante aplicaciones alimentadas por mediciones obtenidas en años anteriores, introduciendo parámetros netamente experimentales como la aleatoriedad propia del fenómeno radiactivo.
Eso permitió a los alumnos contar desde sus casas con condiciones de laboratorio casi reales, demostrando que el proceso de enseñanza y aprendizaje no se limita a un edificio, ni a un laboratorio físico.
El gran avance
De pronto, estudiantes en todo el mundo podían hacer sus experimentos desde su propia ciudad, sin tener que viajar y alojarse en los tradicionales polos educativos. Podían trabajar y estudiar en los momentos que les quedaran libres, quizás de madrugada. Podían continuar su aprendizaje aunque se encontrasen aislados por enfermedades contagiosas.
Podían cursar y experimentar en cualquier institución del mundo, sin moverse de su hogar y sin gastos adicionales. Donde antes había un instrumento para diez alumnos, ahora había uno para cada uno y en su casa, dándole la posibilidad de repetir los experimentos a su propio ritmo.
Donde una joven embarazada debía resignar el cursado, en disciplinas del área nuclear, por cuestiones de protección radiológica, ahora ella podía experimentar, en total igualdad con sus compañeros.
Llegó 2022, la pandemia comenzó a ceder, los edificios escolares empezaron a llenarse de vida y la presencialidad abarrotó aulas, anfiteatros universitarios y laboratorios. Volvieron los aprendizajes centralizados, las obligaciones en tiempo y espacio, los equipamientos compartidos entre muchos, el abandono de las herramientas virtuales porque “ya no eran necesarias”. Así como el retorno de la actividad humana plena le puso un final al breve respiro de la naturaleza, también se fomentó y hasta se forzó el retorno a las metodologías educativas tradicionales de los siglos XIX y XX.
¿Qué es lo que viene?
Tanto esfuerzo y aprendizaje enriquecedor vale la pena ser resguardado. El aislamiento mundial fue un proceso por demás traumático, pero nos forzó a conocer y desarrollar estrategias didácticas extremadamente útiles para casos específicos, que nunca habíamos imaginado.
La actividad académica universal requiere un rediseño, analizando cada caso en particular, integrando presencialidad con virtualidad, aprovechando las conveniencias de cada una. Cuando la “nueva normalidad” decante naturalmente, es de esperar que capitalicemos todo lo que aprendimos en métodos y recursos, y sintamos que estos dos años, además de dramáticos, también fueron muy valiosos.